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 Con Tim, mi perro.

   Nací y vivo en Barcelona. Soy la tercera de cuatro hijos. Mi padre nació en el municipio de Villagarcía de Arosa, Pontevedra. Apreciaba la naturaleza, en especial, el mar. Ejerció de sastre toda su vida en una tienda de moda masculina de prestigio, en el Paseo de Gracia barcelonés. Fue una persona sencilla y dulce.

   Mi madre nació en Amusquillo, un diminuto pueblo de Valladolid. De pequeña trabajó duramente en el campo y en las casas de los ricos del pueblo. Era una mujer valiente, así que, igual que mi padre, emigró en busca de una mejor vida. Ambos se encontraron en mi ciudad natal. Pasaron hambre y penalidades durante la guerra y la posguerra, y tuvieron que trabajar mucho para sacarnos adelante. Aunque no tuvimos una posición holgada, nunca nos faltó lectura, ya fueran tebeos o cómics, libros de ficción o divulgación. Entonces se podían construir buenas enciclopedias a base de fascículos. Armamos de esa forma la enciclopedia del reino animal y la Fauna de Félix Rodríguez de la Fuente, un naturalista que todos adorábamos y que nos influyó tanto que mis dos hermanos mayores y yo acabamos estudiando la carrera de Biología.

 

   En mi adolescencia, devoraba libros. Me apasionaban, en particular, los libros de ciencia ficción. Aunque reconozco que tenía muchas inquietudes: la música, el baile, la pintura, la poesía, la ciencia. No me fueron indiferentes los problemas del mundo y pronto colaboré con ONG's, y sigo haciéndolo; es necesario.

   Las carreras científicas en este país son una apuesta arriesgada. En mi caso, no pude ganarme la vida como bióloga. Tras varios trabajillos, acabé ocupándome de los cajeros electrónicos de una entidad bancaria.

   Tengo dos hijos, Anna y Alex. Mi felicidad depende de la suya; son lo más importante de mi vida. Su llegada estimuló mi creatividad. Aunque había escrito dos novelas en mi juventud, nunca seguí adelante al no considerarlas de calidad. Pero, para mis niños, inventaba cuentos y formas de diversión y estímulo. A veces, también escribía alguna historia para mí. Una de esas narraciones quedó olvidada en una carpeta en el fondo de un armario hasta que, un buen día, haciendo limpieza, la encontré. Habían pasado bastantes años, ocho o nueve, así que la leí como si me fuera ajena, como si la hubiera escrito otra persona. Era muy divertida y estaba bien construida. Me lo pasé muy bien leyéndola y fue entonces cuando supe que podía escribir. Gracias a ese convencimiento, mi vida se tornó de pronto coherente: aquello era lo que siempre había querido hacer. Mis pasos se volvieron más firmes y los miedos perdieron fuerza.

   La escritura es el eje de mi vida; es mi vocación y, como tal, soy una feliz marioneta en sus manos. A veces, me angustio porque carezco de tiempo o tranquilidad para bailar a su gusto y quisiera cortar los hilos que me mueven, pero no soy capaz; el vacío que sentiría sería más mortificante.

   No encontrarán brutalidad en mis novelas; me es demasiado detestable. Suspense e intriga, sí, y engaños, trampas y mezquindades, también. Pero la trama se filtra entre esas miserias y camina con los pasos soñadores del protagonista que, sin ser un héroe de película, es un humano decente, ya saben, de esos que no buscan aprovecharse del prójimo. Abro la puerta de mi literatura con este optimista personaje y tengo la esperanza de que se dejen abrazar por él cuando les transporte hasta su mundo. No teman, no saldrán muy perturbados, solo un poco confundidos; pero se habrán divertido tanto que habrá valido la pena.  

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